Sin salir del continente Bretaña te permite viajar a otra realidad, la de los mitos y leyendas, la de los bosques impenetrables, la de los paisajes sublimes de los páramos, la de su litoral víctima del enfrentamiento permanente entre el mar atacando y la costa descarnada y golpeada a pleno por las olas, la del misterio de sus rocas y la de la amabilidad de la gente bretona. ¿Cómo no ir hasta allá?

Disponíamos de siete días así que decidimos llegar y volver de  Bretaña por mar para lo cual cogimos el ferry Gijón-Saint Nazaire. Una buena alternativa, teniendo poco tiempo evitando el largo viaje por carretera atravesando gran parte de Francia.
 
El 30 de junio a las 15:00 embarcábamos en el “Norman Asturias” coincidiendo con el equipo Desafío Asturias-Cabo Norte que se disponían a iniciar su gran aventura que les llevaría por toda Europa hasta el mítico Nordkapp.



Nos encanta hacer parte del viaje navegando, poder salir a cubierta y estar un buen rato contemplando el horizonte, aprovechar para repasar la ruta, descansar. Claro, todo esto está muy bien cuando la mar está buena pero por lo que comentaban los camioneros que hacen esta ruta a menudo cuando hay temporal no lo pasas bien y estás deseando llegar.  

 
 

El “Norman Asturias” hizo  una buena travesía y a las 6:00 de la mañana del 1 de julio atracaba en el puerto de Saint Nazaire. El día amanecía atrapado en una fría y densa niebla y no parecía una buen comienzo pero pensé en el refrán “mañanita de niebla, tarde de paseo” convencido de que tendríamos un buen día.

¿A dónde íbamos hoy?

A mí me gusta preparar los viajes, disfruto mucho con ello. Me gusta saber algo de la historia, la cultura, los paisajes del territorio que recorreré, es como si me dejara seducir por lo que tiene que ofrecerme y sé que durante la ruta aparecerá algo inesperado que se sale del plan original y te deja la cabeza llena de estrellas, es lo maravilloso del viaje.

La primera parada fue Vitré, la ciudad medieval a las puertas de Bretaña, con sus murallas y callejuelas que suben hacia el castillo. El primer “señor de Vitré” ya tuvo el privilegio de sentarse “entre los nueve barones bretones”. Después Fougéres, otra importante ciudad fortificada. La duquesa de Bretaña llamaba a esta ciudad “la llave de mi cofre”. El nombre evoca la fortaleza situada en la misma boca de Bretaña aunque su posición es bastante sorprendente. El castillo tiene una excelente defensa natural, las mareas del Nançon pero está situado en la parte baja de la ciudad y a pesar de lo extraño de su ubicación ha subsistido el paso del tiempo.
 

Luego hacia la costa, en una breve incursión por territorio normando, hasta el archifamoso Mont Saint-Michel.




Si no has estado nunca tienes que ir pero visto una vez hay otros lugares a los que dirigirte. ¿Por qué? Está lleno de gente. Tienes que dejar la moto en un parking distante y llegar hasta el monte en un autobús gratuito. Su arquitectura prodigiosa, su bahía, la magia de sus mareas lo convierten en el sitio más concurrido de Normandía y sin duda uno de los primeros de Francia.
“Según una leyenda, en tiempo de los galos el Monte se elevaba en medio de un gran bosque. Un día el nivel del suelo se hundió engullendo al bosque y más tarde una gran marea dio el golpe de gracia a los árboles que quedaban. El Monte sufrió luego las crecidas de los ríos que inundaban la bahía. Uno de ellos que marcaba la frontera entre Normandía y Bretaña enloqueció y repentinamente comenzó a fluir al Oeste del Monte, haciéndolo “pasar” a Normandía”.
Huyendo de Saint-Michel nos dirigimos a Dinan, la ciudad feudal que parece evocar un escenario cinematográfico, donde teníamos el alojamiento (La Guyonnais) Lo mejor es dejar la moto en la plaza Duclos y pasear por las calles entre edificios con paredes de madera y palacetes del Renacimiento. Luego cenar en algún coqueto restaurante o bajar hasta el puerto y tomar algo por allí.



 
 

Corsarios.

Al día siguiente de nuevo hacia la costa para llegar a Le Vivier-sur-Mer, un tranquilo pueblo de pescadores que probablemente es el único lugar del mundo donde los barcos tienen ruedas que les permiten bajar por calzadas que entran literalmente en el mar y poder llegar hasta el agua en la bajamar. Junto con los demás pueblos de la costa es uno de los mayores productores de moluscos de Francia.



Cancale cuyo nombre significa “ensenada del río”. La fama de sus marinos se remonta al siglo XV y fue tal que los corsarios cancaleses atrajeron represalias por lo que la ciudad y el puerto fueron saqueados en el siglo XVIII. Actualmente lo que más llama la atención en este puerto son los parques de ostras. Las ostras de París fueron las de Cancale, el correo de Saint-Malo hacía entregas dos veces por semana para la mesa del Rey. Una docena de ostras con una copa de vino blanco frío es un pequeño placer al que es difícil no sucumbir.




 
Saint-Malo, “ni francesa, ni bretona, Maulinesa”. Esta divisa expresa el espíritu de independencia que animó a la ciudad durante largo tiempo. Una ciudad que vivió al ritmo de los descubrimientos marítimos y entre corsarios y marinos escribieron sus páginas de gloria. Un paseo por los ramparts, los bastiones que ciñen la ciudad vieja, permite tener una buena panorámica de la localidad.

 
 


 

Desde Saint-Malo al castillo de Fort La Latte, un admirable centinela construido sobre la roca entre dos precipicios. Su misión era proteger la tierra bretona de los piratas normandos, siempre fue una fortaleza impenetrable por la perfección de su atrincheramiento. Y muy cerca Cap Fréhel. Probablemente uno de los lugares más impresionantes de Bretaña donde se alza fiero y solitario un potente faro, elemento habitual de las costas bretonas. El cabo y sus acantilados dominan el mar desde una altura de 70 metros.

 


Llegar hasta estos puntos significa atravesar un territorio llano y desolado donde los brezos y las aulagas dominan el paisaje vegetal, con curvas que se ajustan al perfil de la costa rocosa elevada y recortada. Un placer para ir en moto disfrutando de espléndidas vistas de aguas azules, acantilados rosados y playas casi desiertas de difícil acceso.
 
La costa bretona parece trazada a la medida de la moto, cualquier carretera secundaria en dirección al mar se convierte en un recorrido gratificante. A partir de este punto la lluvia nos acompañó toda la tarde. En Bretaña el tiempo es muy cambiante y esta es una de las cosas que hacen diferente un viaje en moto, formas parte del paisaje y también  de la climatología con todas sus consecuencias.
 
Camino de Paimpol, donde comienza uno de los tramos más recortados de la Cóte d'Armor con muchas ensenadas y acantilados, surgió uno de esos lugares inesperados con los que el viaje te sorprende, la abadía marítima de Beauport. Fundada hace más de 8 siglos fue y sigue siendo el km 0 del camino que lleva a los peregrinos bretones hasta Santiago de Compostela.




Llegar a un lugar como este al final de la tarde cuando ya no hay nadie le da un encanto especial a la visita. No debía ser tarea fácil fundar una abadía pues además de dinero hacían falta tierras sobre las que construir el monasterio y dotarle de huertas, campos de cultivo o bosques por lo que la figura de un noble poderoso se hacía necesaria y la mano de hierro de un buen abad que siguiendo las reglas de su fundador dirigía lo que hoy se podría considerar como una empresa multinacional.
Continuamos hacia Plouguiel donde nos alojaríamos en una casa de campo en pleno bosque junto al estuario del Jaudy (La Roche Rouge). Cenamos en la cercana localidad de Treguier. A las siete de la tarde la población estaba  casi vacía. La ciudad surgió como tantas poblaciones bretonas alrededor de un monasterio del que hoy no queda nada y como tantas poblaciones también sufrió las invasiones normandas siendo destruida y abandonada; Treguier recuperó parte de su esplendor gracias a la agricultura y a la actividad portuaria. Paseamos por sus calles hasta encontrar un pequeño restaurante junto a la plaza de la catedral, mejillones y sidra es algo que no te puedes perder en esta zona.



 

Los grandes paisajes

En Bretaña viajar sin rumbo puede ser un auténtico placer. Costas que desafían la fuerza impetuosa del mar, la magia de las mareas que cambian el paisaje costero cada día, los pueblos antiguos donde parece que vuelves a la Edad Media, sus oscuros y misteriosos bosques del interior guardianes de leyendas que se apoderan de tu imaginación, sus enigmáticos megalitos pero existe una zona que no hay que perderse: la costa de granito rosa entre Perros-Guirec y Trébeurden.

 
 
Siguiendo la Corniche Bretonne, una bonita carretera panorámica, se puede llegar al faro de Ploumanach, construído en granito rosa. El faro no es muy alto, unos 15 metros, para llegar a él hay que pasear por el “sendero de los aduaneros”, atravesando una zona de grandes bloques de granito de formas muy curiosas debido a la acción del viento y el agua. La bruma y la luz de la mañana crea tonos espectrales en las rocas y al atardecer el litoral se colorea de rojo oscuro.
 
 
  
Después circulando por carreteras que siguen el recortado perfil de la costa llegamos a Carantec una pequeña estación balnearia que seduce a los veraneantes. Desde aquí se puede llegar hasta la isla de Callot por “el paso de Moutons”, con la marea baja. Es un curioso tramo de “carretera sumergible” y que debe producir una rara sensación circular con la moto entre las barcas que esperan la subida de la marea. El complicado horario de mareas no permitió hacer este tramo ya que la pleamar cubría el camino de asfalto. Una foto al borde del agua es todo lo que pudimos conseguir.



 
Desde Carantec atravesamos por el interior hacia la región de Chateulín. El sitio es grandioso. El páramo es el paisaje bretón por excelencia, malva por su brezos, amarillo por las aulagas, los bosques del interior parecen impenetrables y además la zona está mucho menos poblada que la costa lo que en conjunto produce la sensación de atravesar espacios vírgenes. Viajamos relajados, el motor de la BMW gira suave, la carretera es entretenida y la luz de la tarde contribuye a hacer de este tramo un recorrido muy bello. Al entrar en Cháteaulin aparece la impresionante Notre-Dame dominando la plaza del mismo nombre. Bretaña siempre ha sido una tierra mística, sagrada, no hay más que encontrase con sus iglesias, capillas y calvarios.

 
Nuestro destino estaba cerca de la población de Locronan, en Kerlaz (Kerioré-Izella). Locronan es una población que parece sacada de la Edad Media. Fue construida alrededor de la iglesia dedicada a San Ronan, un santo ermitaño irlandés que buscaba la soledad en esas tierras y cuenta su leyenda que una mala mujer no dejaba de perseguirlo y provocarlo, obligándole a huir.
 




 
Es uno de los más importantes lugares de turismo de Bretaña pero a primeros de julio y a las siete de la tarde no había nadie por las calles lo que lejos de ser un inconveniente nos permitió dar un tranquilo paseo por el lugar.

Bretaña es un país que también abre el apetito y es el mejor lugar donde sientes deseos de comerte un crépe. Encontramos un bello rincón en el pueblo donde cenar y hacer realidad el deseo anterior.
 

El finisterre bretón

Una de las mejores formas de comenzar el día es un buen desayuno y en esto los franceses son unos expertos: pan reciente, bizcochos, mermeladas caseras, zumo, café…. Es bastante habitual compartir el desayuno con los otros huéspedes y resulta entretenido crear una conversación intentando entre todos hacernos entender. Los dueños de la casa también participan en la charla y suelen ser buenos conocedores de la zona por lo que sus consejos resultan muy útiles para planificar la ruta del día.

Nuestra primera parada de hoy es Douarnenez. Aquí no hay ni ciudad vieja ni viejos barrios, Douarrnenez es un puerto, un bello y tranquilo lugar con una importante actividad como centro de pesca. “Dicen que bajo el agua se halla un antiguo bosque de cedros cuyo hundimiento hace pensar que aquí se encontraba la legendaria ciudad de Ys”, otra de las leyendas de Bretaña que hablan del misterio de las ciudades desaparecidas:
“Existió en otro tiempo una ciudad cuyo rey se llamaba Gradlon y que estaba protegida por un dique, sus esclusas solo se abrían con una llave que sólo el rey guardaba. Pero su hija, la bella Dahut, llevaba una vida desordenada. Un día se encontró con el diablo que, para seducirla mejor, había tomado el aspecto de un joven caballero y que le pidió, como prueba de amor, que abriera las esclusas que protegían a la ciudad del mar. Ella accedió robando las llaves al rey durante la noche. 
El mar invadió entonces la ciudad y el rey no encontró otra solución que la fuga llevando a su hija a la grupa de su caballo. Cuando las enfurecidas olas lo alcanzaban, una voz que venía del cielo le ordenó entregar a su hija al mar si quería salvarse. El rey obedeció e inmediatamente las olas se retiraron pero la ciudad había sido destruida. 
Dicen que la hija del rey se transformó en sirena y fue condenada a peinar sin fin sus cabellos con un peine de oro, y atraer al fondo del mar a todos los marinos cuya belleza encantaba. Por otra parte el rey encontró a San Gwenolé con el que emprendió un largo viaje”
Leyendas parecidas se hallan en otras tierras como en Irlanda y se afirman en una realidad geográfica: la repentina subida de las aguas a lo largo de la historia de estas costas; el mar, el elemento bretón fundamental.

 
 
Desde Duoarnenez a la Pointe du Raz. Todo el camino es admirable, la carretera permite observar las puntas, los promontorios, los acantilados cortados a pico sobre el mar desafían a las olas que rompen con fuerza, estamos en el Finisterre bretón. La punta de Raz es uno de los lugares más espectaculares de Bretaña  El panorama es magnífico y destaca la isla de Sein. Dicen que entre ella y la tierra se encuentra la temible marejada de Sein haciendo de este tramo de costa uno de los más peligrosos de Bretaña. Cuando llegamos había  niebla pero lentamente fue disipándose dejando una ligera bruma que nos permitió disfrutar de este ambiente agreste donde la mirada se pierde en el mar creando una sensación de inmensidad y temor: “Quien ve Sein ve su fin” dice el proverbio bretón; es una forma de señalar los peligros del mar y lo inhóspito de esta región.

 
 
 




 
Avanzamos hacia el país Bigouden. La costa ahora es plana, hay dunas pero el mar es peligroso. Ha sido un territorio rico especialmente por la pesca del bacalao pero un día la suerte cambió: el bacalao abandonó la costa y los bandidos asolaron la península. Sólo  el ingenio de sus habitantes sustituyó la falta de recursos y cuando la pesca abandonó sus costas las mujeres se dedicaron al encaje, sus bordados se hicieron célebres.
Su divisa habla muy claro del carácter de estas gentes:
“Hebken: solamente, sin más, nosotros mismos…”
 
Nos dirigimos hacia Pointe du Penmarch donde se halla el faro de Eckmül que protege la región; estos puntos siempre me han atraído y debo tener una buena colección de fotos “faro-moto”. Atrás el puerto de Saint-Guenolé que cuenta con una importante actividad económica de industria pesquera basada en el atún y la sardina. Es muy interesante la visita a la tienda-exposición de la fábrica de conservas. La colección de fotografías y documentos que se exponen hablan muy bien de la vida de sus habitantes en el pasado.

 
 
 
 
 
 
 

Nuestro alojamiento estaba el la pequeña localidad de Quéven, (Mª Louise Kermabon) no muy lejos de Lorient y Vannes que serán nuestros últimos destinos antes de embarcar con rumbo a España.
 




 


La pequeña reina.

En el desayuno coincidimos con una pareja francesa que vivía en París. Trataron de explicarnos que los franceses viajan mucho por su país, les gusta. Digo trataron porque la ancianita dueña de la casa no paró de hablar y apenas dejaba intervenir a los parisinos; nosotros intentábamos entender algo pero resultaba una tarea agotadora así que nos centramos en el delicioso bizcocho que había preparado la anfitriona.
 
Teníamos prácticamente todo el día pues el barco zarpaba a las once de la noche así que nos tomaríamos con calma la jornada. Nuestro primer destino decidimos que fuera Port-Louis. Es una ciudad rodeada de murallas del siglo XVII situada en el estuario del río Blavet y que cuenta con una espléndida ciudadela, un gran centinela de piedra que vigila la ensenada de Lorient y que alberga varios museos, entre ellos el de la Compañía de las Indias, creada en 1664. Este museo permite repasar la apasionante epopeya de esta fastuosa actividad comercial.

 

 
De Port-Louis a la península de Quiberón, dominio de piedras y bosques ayer que en la actualidad es famosa por la thalasoterapia, sus residencias secundarias, su treintena de kilómetros de playas y por la navegación a vela. Encontramos el lugar demasiado turístico pero recorrer su “cóte sauvage” resultó agradable.

 
 
 
 

Y de Quiberon a los alineamientos de Carnac, 3000 piedras levantadas hacia el cielo cuyo significado ha planteado las hipótesis más originales desde el culto a un dios, malvados romanos petrificados, relación con los equinoccios y solsticios o incluso ¡defensas antiaéreas!. En la cercana localidad de Locmariaquer se halla el “Grand-Menhir”, el más alto del mundo con 20 metros y 350 toneladas….lamentablemente quebrado en cinco pedazos; los griegos lo llamaron “la columna del norte”.
 
 
 
 


Nuestro siguiente destino es Vannes. Para llegar hasta esta ciudad de encantamiento bordeamos el golfo de Morbihan, un pedazo de océano, un verdadero mar interior donde según las leyendas hay 365 islas. Un pequeño punto en el mapa llamado Le Fort-Espagnol  llamó nuestra atención y nos desviamos hasta llegar a él. No había ninguna referencia en las guías sólo su nombre en el plano pero resultó ser un lugar de los que gusta descubrir, ya sabes, lo inesperado. Una parada sin más objetivo que disfrutar de la tranquilidad de este pequeño enclave frente al estuario del Auray.

 
 
Vannes es la pequeña reina del golfo de Morbihan. “Medieval pero fresca, pimpante, adornada con flores, llena de poesía”. Disfrutamos mucho del paseo por la última meta de nuestro viaje y aprovechamos para hacer las compras de pequeños detalles para nuestras chicas, Claudia y Martina.
 
 
 
 

Y después de dejar Vannes directos por la autovía que nos lleva hasta Saint-Nazaire. Llegamos al embarque hacia las ocho y media con la intención de subir a bordo pronto y acomodarnos tranquilamente. Cuando llegamos no había ninguna moto y al presentar mi reserva me dijeron que teníamos que esperar en el parking al resto de las motos, en total cuatro. Después de dos horas y media de espera, literalmente sentados en el suelo del parking a la intemperie, nos dieron orden de embarcar tras camiones y caravanas,  los motoristas también existimos. Cenamos a bordo y nos retiramos a descansar. Esa noche el barco se movió bastante.




 


Llegamos a Gijón puntuales a pesar de que el barco zarpó de Francia con hora y media de retraso, el capitán debió darle fuerte al puño del acelerador y el ferry atracó a su hora.
Gijón nos recibió con una ligera bruma debido al calor y la humedad del ambiente. El desembarco fue rápido y casi sin pensarlo rodábamos a buen ritmo por la autovía que conduce a Madrid.
 
A medida que avanzábamos el calor fue haciéndose más intenso haciendo muy incómodo el viaje. Los 37º con los que nos recibió Madrid fueron demasiado, vaya paliza.
La ducha en casa nos devolvió el ánimo. 
 
Texto: José Ramón Noguerol
Fotos: Reyes Casado y José Ramón Noguerol


Alojamientos e información:

 
Ferry: www.ldlines.es .
 
Alojamientos e información: www.vacaciones-bretaña.com.
 
Climatología: Muy variable. Equipo de agua y ropa de abrigo son imprescindibles.
 
Kilometraje y gasolina: Hemos hecho unos 2400 km por Bretaña. El precio de la gasolina es similar al que podemos encontrar en nuestro país. Gasolina de 98 entre 1,50-1,70 €/litro. Son más baratas las gasolineras de los centros comerciales.
 
Moto: BMW R1200RT con 72.000 km, “calzada” con los Metzeler Z6 de excelente comportamiento y duración. Equipada con las dos maletas y el top-case.
Cómoda, estable a cualquier velocidad, impecable frenada y muy ágil en los tramos de curvas, segura en la conducción bajo la lluvia.  Consumo de unos 5,4 litros/100 km…pero el boxer no se caracteriza por su finura, es su personalidad que te gusta y aceptas o no te gusta nada. En parado y cargada es una moto pesada que aunque se maneja bien tienes que pensar cómo y dónde la aparcas para no tener problemas en la salida. Una pequeña extensión de la base de la pata de cabra te da una seguridad de apoyo muy estimable. A mí me gusta esta moto.
 
AGRADECIMIENTOS: Al equipo de MOTOS ULLA, nuestra BMW ha rodado perfecta por Bretaña.
 

3 comentarios:

Gelu dijo...

Precioso todo. El viaje, las fotos y la manera de describirlo....todo.
A ti te gusta tu moto, y a mi....me gusta tu moto. Felicidades por ella.
Gracias por compartir vuestro viaje.
Gelu.

José Ramón dijo...

Muchísimas gracias por tus comentarios Gelu. Antes de salir para Bretaña estuvimos un día antes por un tema personal en Asturias, en Pendueles. Desde allí a Gijón a coger el ferry. La costa oriental astur es preciosa. Saludos. José Ramón

Jaime y Conchi dijo...

Como es habitual en vosotros, un bonito viaje y una estupenda crónica. Desde luego que un viaje por Francia siempre es un seguro para ver cosas interesantes y además preparado todo de cara al visitante.

saludos

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